Adolescentes con dificultades

Los adolescentes transgresores, en realidad están sometidos por su alta vulnerabilidad, a la influencia de los diferentes sistemas, principalmente de su sistema familiar, y en su afán ilusorio de reparar los desequilibrios de este, otorgan su destino de forma desequilibrada y transgresora como un acto de amor, de amor ciego que no beneficia, pero amor al fin y al cabo.

Su comportamiento difícil es la metáfora de mirar a la exclusión y que requiere de los adultos para mirar en esa misma dirección y reparar el desagravio. Los adolescentes pueden cambiar en la medida que esos cambios sean aceptados por el sistema. Por lo tanto, sólo pueden cambiar cuando un adulto ha proporcionado un cambio en el sistema.

Un adulto con una forma compensatoria sana puede restablecer el equilibrio que el sistema necesita, donde todos son iguales y ocupan el lugar que les corresponde.

Ante el destino grave de un jóven, la búsqueda de culpables, la expiación o cualquier compensación negativa, hace perder la conexión con el menor.

Asentir a ese destino y percibir en él un movimiento de algo más grande es la forma de enfrentar un camino especial que exige algo extraordinario y lleva hacia algo extraordinario y tiene una incidencia extraordinaria sobre el entorno. Está más allá de un destino personal.

Cuando se ayuda profesionalmente a los adolescentes hay que saber que todos aman a sus padres sean como sean y persiguen el anhelo de ser igual que ellos. Cuando un adolescente tiene este permiso, paradójicamente se libera de ser exactamente igual y puede ser como ellos de una manera diferente. Por el contrario la negación, el reproche hacia uno de los progenitores provoca una fidelidad para compensar esa exclusión, una intrincación inconsciente ente ambos destinos, que genera mayor desequilibrio.

Por lo tanto, la mejor ayuda que puede darse es en representación de los padres, con la humildad de estar en un nivel menor que ellos, en sintonía con ellos, asintiendo a la voluntad de los niños de querer ser como ellos.

Cuando los progenitores se posicionan en lugares opuestos, los adolescentes se culpan de la conflictividad y de su incapacidad para crear una armonía integradora. A partir de aquí el menor mantendrá lealtad a las dos partes, públicamente a la más “fuerte” y ciegamente a la más “débil”. En el caso que ambos padres respeten ambas posiciones el niño no sufrirá el dolor de dividir su corazón.

La solución tiene que ver con devolver el orden natural, donde los problemas de los adultos los resuelven los adultos, quitando toda carga de responsabilidad adulta a los menores y renunciando a toda expectativa de recibir de ellos (no hay bidireccionalidad posible en la dinámica de dar-recibir entre adultos e infantes). Abrazar cada progenitor lo masculino y lo femenino, las posiciones morales diferentes del otro, los diferentes sistemas familiares de cada adulto, las diferentes culturas, donde nadie quede relegado, excluido, donde se pueda llevar en el corazón la diferencia y el destino personal de cada uno.

Carlos Moriano

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