¿Sigues con vida?

“Sigo estando”, responden en su saludo en la etnia Zulú en Sudáfrica.

Estando con vida lo es todo. Dejan de ser importantes las categorías de “estando mejor o peor” cuando estar es abrazar la vida tal como es, en la sucesión de acontecimientos alegres y dolorosos que pertenecen a la experiencia de estar vivo.

La voluntad interna de querer influir en la realidad implica un gran desgaste y unos resultados mínimos cuando no inversos. El precio de intentar controlar la vida es alto porque supone un desafío a las propias leyes que rigen el universo. La paradoja se encuentra en que la realidad puede manejarse cuando se asiente a sus hechos como misterios que cobran un sentido al final del viaje. Cuando se comprende que nuestros movimientos vienen dados por una fuerza creativa mayor que empuja a cada uno de una forma precisa, más allá de capacidades y voluntades. Es aquí, en sintonía con este movimiento cuando se percibe mayor libertad, fluidez y conexión con los propios sueños.

Estar, es por tanto, vivir de cara a la vida y a la muerte, a la influencia de un milagro y de una herida, dispuesto, abierto, con coraje, suave, ante los destinos que se van tejiendo bajo el mismo paraguas que sostiene una fuerza creadora.

Mirando más allá de cada expresión, de cada lugar, de cada suceso, hay una energía de amor (aunque muchas veces ciego), y más allá de esta energía la vida lo abarca todo sin distinciones.

Luchar contra la realidad, vivir en el rechazo, en el sobreesfuerzo, en el sacrificio, en la renuncia, nos priva de estar en sintonía con la fuerza que nos guía y de la alegría que esto proporciona. Vivir asintiendo a todo tal como es, en el equilibrio con el afán de ir hacia más amor, más placer, más realización… nos permite resonar con algo mayor, aunque para ello haya que mirar a la vida y a la muerte.

Carlos Moriano

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